lunes, 26 de julio de 2010

desdoblando

Y aquí sigo.


Y tú también.


Y ella.


Y ellos.


Y aquellos.


Y nosotros.


Desdoblando todo lo que estaba cuidadosamente doblado, doblado.

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lunes, 12 de julio de 2010

Las Golondrinas

Amaneció muerto. No supe qué hacer, tenía la posibilidad de revivirlo pero ya no tenía justificación alguna para hacerlo. Mariana llegó muy temprano en la mañana y vio el cadáver, lloró e hizo una llamada telefónica, posiblemente para dar aviso de la muerte de Carlos.

No me quedó de otra más que ver como sucedía todo. Mariana se hizo cargo de todo el funeral. Ella decidió cómo vestirlo, cómo peinarlo e incluso acomodó sus brazos en el ataúd de una manera que jamás habría hecho Carlos en vida. Escogió el color del ataúd, un color espantoso por cierto, y compró las flores menos adecuadas, a Carlos no le gustaban las cosas cursis y en su funeral tuvo rosas blancas amarradas con listones rojos.

Unos violines tocando "Las golondrinas" fue lo que me causó un conflicto interno que me hizo llegar a pensar en dejarlo todo en ese momento; ella ganó.

Carlos era perfecto, la primera vez que pensé en él fue poco tiempo después de la muerte de mi padre, eran muy parecidos. Cuando Carlos apareció en mi vida yo sabía perfectamente todo de él, dónde trabajaba, qué comía, a qué le tenía miedo, qué le daba risa, qué música escuchaba, sus gustos culposos, en fin era casi una copia de mi padre.

Carlos jamás tuvo ningún apodo, no le gustaba ser llamado de otra manera, le gustaba su nombre. Trabajaba en una estación de radio que tenía un programa en el cual se hablaba sobre problemas raciales y se dedicó a apoyar a los grupos discriminados de ciudad de aquél entonces. A su madre la habían matado por ser indígena. Casi siempre mostró una actitud firme y jamás flaqueó cuando era atacado por grupos de tendencias racistas. Lo único que temía era encontrarse con sus propios demonios que a veces le decían que no iba a solucionar nada, que lo tentaban a desistir, el dolor a recordar a su madre.

En las mañanas Carlos tomaba café negro y un bisquet, todo muy apresurado, como toda su vida, muy apresurada. Siempre se ponía la misma ropa, si algo recuerdo bien de él eran sus jeans deslavados y su camisa roja con cuadritos negros, me reía de él por que le decía que parecía leñador, él sólo reía y dejaba asomar sus dientes amarillos.

En una de esas mañanas aceleradas mientras leía el periódico, la vio. Carlos venía pensando en el escrito que le habían encargado para la revista de la comunidad para la cual trabajaba cuando un olor agridulce lo distrajo, Carlos en realidad no tenía tiempo para pensar en mujeres, pero el olor de ésta lo había atrapado, el recordó a su madre.

Era una chica morena con rasgos indígenas, unos pómulos muy marcados, ojos rasgados negros y un cabello larguísimo que combinaba con ellos. Era muy delgada, quizás demasiado, vestía una falda larga y una camiseta que presumía unos hombros bronceados. Estaba parada detrás de Carlos y no lo dejaba concentrarse.

Carlos no resistió y decidió hablarle, cosa que le incomodó. Hacía doce años que no establecía relación con nadie y mucho menos con una mujer tan hermosa. Hablaron sobre el clima y esas pláticas inútiles que se hacen para justificar las ganas de solamente observar a una persona sin que ésta de incomode. Ella se mostró interesada en mi gran amigo Carlos y lo invitó a tomar un café. Platicaron toda la mañana sobre todos los temas que se puedan imaginar, rieron y se contaban secretos, muchos de los cuales me dejaron intrigada ya que nunca supe de qué trataban.

Empezaron a salir y Carlos ya no me buscaba tanto, en realidad me dieron celos, Carlos y yo nos habíamos aliado mucho y me gustaba conocerlo, era un recuerdo muy lindo para mí, ya que era muy parecido a mi padre, como ya dije. Mariana se llamaba esa mujer que me lo había robado, tengo que confesar que fui yo la que lo puso en su camino, finalmente yo los presenté cuando pensé que Carlos estaba muy solo y quizás le haría bien distraerse un poco y enfrentar el miedo que tenía de querer a otra mujer más allá de su madre muerta. Yo puse a Mariana en el camino de Carlos a propósito.

Mi idea era que Carlos y Mariana formaran una pareja y quizás se casaran. Tenían muchas cosas en común, vivían sus vidas como siempre quise vivir la mía, sin restricciones, libre, con ideales fuertes, sin flaquezas, sin miedos al "qué dirán", con amor a la vida por la vida misma. Estaban hechos el uno para el otro y aunque yo quería que así fuera, ellos, por ser tan distintos a mí, tomaron otro rumbo. No fueron novios y mucho menos amantes, se volvieron grandes amigos y Carlos poco a poco se fue alejando de mí.

Hubo un momento en el que decidí ya terminar esa relación de amigos que teníamos en algún momento los tres, ya no era lo mismo, me habían excluído de sus pláticas y sentía que ya no tenían ganas de seguir en mi vida. Pensé que tenían ganas de desaparecer y dejarme de nuevo sola. Me arrepentí de haberlos presentado; en algún momento titubeé y consideré en desaparecer a Mariana de la vida de Carlos, pero no me atreví, me hubiera metido en un gran problema y me hubiera quedado con un Carlos de nuevo solitario y deprimido.

Pasaron algunos meses y Carlos había dejado de hablarme. Yo sabía de él pero él no de mí. Se alejo de una manera que me consternó y que me hizo tomar una decisión. Iba a alejar a Mariana de él, ya no me importaba ser la mala de la historia yo quería a mi amigo de nuevo, a aquél que luchaba por sus ideales, aquél que recordaba a su madre y tomaba fuerzas de esa muerte para luchar en contra de todo lo que le lastimaba. Carlos se había vuelto aún más depresivo y había dejado de hacer muchas cosas por Mariana.

Intenté, en realidad que lo intenté, me pase noches enteras tramando un plan macabro para terminar con esa relación, estaban demasiado involucrados, me era casi imposible terminar aquella relación que se había vuelto algo enfermizo. Ella era fuerte y él débil, así era más díficil. Carlos se veía más ojeroso y más delgado, le mande varias cartas las cuales Mariana rompía antes de que pudieran llegar a él. En una ocasión cuando me enfronte a Mariana, ella me gritó, me alegó que yo le estaba haciendo demasiado daño a Carlos y que por eso decidieron alejarse de mí, que ellos no merecían todo lo que les había hecho. No entendí nada, estaba muy confundida.

Pasaron unos cuantos meses en los cuales no quise saber de ellos hasta reflexionar en lo que había hecho yo para que me dijiera eso Mariana. Di infinitas vueltas en mi cabeza y no estaba segura de qué hablaban. ¿Estaban enojados porque los presenté? Era lo único que se me ocurría, pero si ese hubiera sido el caso, pues entonces no hubieran estado tanto tiempo juntos. No sabía qué pasaba, pero ya había perdido a Carlos, aquél personaje que tanto admiraba y que me daba fuerzas para trabajar. Había desaparecido de mi vida. Ya no tenía caso que yo siguiera así, con la incertidumbre de qué era lo que había sucedido, por qué mi mejor amigo me odiaba. Estaba sola y aburrida.

Dejé el asunto por la paz, era demasiado doloroso para mí. Decidí dejar la pluma a un lado y cerrar mi cuaderno, no podía seguir con esa historia tan desastrosa, mis propios personajes me habían abandonado.

Paso un año para que me recuperara de esa pérdida y me sentía lo suficiente confiada de abrir mi cuaderno de nuevo para finalizar mi historia de amor entre Carlos y Mariana. Lo abrí y noté enseguida unos parráfos que estaban escritos con una pluma de color distinto a la que yo uso, me llamó la atención y lo leí. Vaya sorpresa, era la explicación de Mariana de por qué había sucedido todo.

Carlos me odiaba porque yo le presenté a Mariana, la única mujer que era como su madre, le había traído demasiado dolor a su vida; lo que él quería era olvidarla, no estarla recordando día a día, entonces cuando los presenté pensando que sería una linda historia de amor, se aliaron en contra mía. Estaban hartos de que manejara sus vidas por no cuidar de la mía, les enojó que yo decidiera como debía sentirse, les aturdió mi prisa por casarlos, les molestó mi egoísmo al querer escribir sobre la vida de los demás.

Carlos y Mariana se aliaron en contra mía, él pidió que se le matara porque él sabía lo importante que era para mí; fue su manera de venganza. Mariana lo mató, le dio un tierno beso en la cabeza y le proporcionó unas pastillas para dormir y una botella de vino, cosa que también me molestó porque Carlos era mucho más fuerte que eso, en ese caso hubiera preferido que le diera un balazo, pero lo lograron, hicieron su propia historia y a mí, la autora, me dejaron fuera.

No me quedó de otra más que ver como sucedía todo. Mariana se hizo cargo de todo el funeral. Ella decidió cómo vestirlo, cómo peinarlo e inclusó acomodó sus brazos en el ataúd de una manera que jamás habría hecho Carlos en vida. Escogió el color del ataúd, un color espantoso por cierto, compró las flores menos adecuadas, a Carlos no le gustaban las cosas cursis y en su funeral tuvo rosas blancas amarradas con listones rojos.

Unos violines tocando "Las golondrinas". Ella ganó.