lunes, 4 de octubre de 2010

Los quién sabe quienes

Odio llegar a casa y ver todo en el mismo lugar. Cada vez que llego procuro cambiar las cosas pero siempre acaban reacomodándose de cierta manera para hacerme enojar.

Ayer la cama estaba destendida sin que nadie se durmiera allí, hoy habían tres seres desconocidos en mi sala que me molestaron mucho, mucho. Estoy tan enojada que no sé cómo reacomodar mi casa para que no vuelvan a aparecer. Ya lo he intentado, en realidad si, pero siempre aparecen aquí, no sé cómo entran ni por qué. Pero aquí están.

Hablan un lenguaje que no entiendo y se ríen mucho, muchísimo. Estuvieron aquí gran parte de la tarde hasta que, por eso de las 7 de la noche, se marcharon sin hacer ningún ruido. Me sentí tranquila y sola, sola como yo quería estar. Disfruté mi soledad yo sola y yo sola y nadie más.

Estaba en el clímax de mi soledad cuando sonó el timbre. Mi calma se volvió tan sólo un triste retroceso en mi memoria, como un viejo y nostálgico recuerdo en blanco y negro, un recuerdo que se derrumbaba de poco a poco, una desesperación enojada.

Abrí la puerta y aparecieron dos de esos personajes que estaban en mi sala, el otro se ha de haber perdido en el camino. Esta vez si entendí lo que me decían, eran cosas sin importancia en realidad, puras banalidades (o a mi parecer lo era, me habían expulsado de mi calma), olían feo, se veían peor.

Al parecer se van a quedar aquí, para siempre conmigo, con ellos, entre ellos, sólo entre ellos pero conmigo.

Y mientras escribo esto, ellos están haciendo quién sabe qué quién sabe dónde.