viernes, 9 de noviembre de 2012
La ropa sostenida.
Ella lo vio y desde ese instante supo que tenía que hacerle el amor.
Lo llevó a su departamento, le ofreció cosas dulces de tomar, cosas dulces que lo pudieran embriagar y que lo pudieran hacerse sentir mareado y ofuscado pero excitado. De vez en cuando ella dejaba caer algo al piso para tener de excusa de agacharse y mostrarle todo lo que había escondido debajo de la blusa negra, se levantaba con una sonrisa seductora y lo miraba fijamente a los ojos diciéndole que ella ahí estaba, que ese cuerpo estaba ahí y ahí y más presente que nunca, más tibio que el nacimiento, más presente que la muerte, más ausente que la vida.
Ella se tomo unos cuantos vodkas con jugo de naranja, una copa de vino tinto y 4 cigarrillos. Él estaba en su quinto vodka y no fumaba.
La conversación fue un "bla, bla bla" de cordialidades pre-sexo. "¿Te gusta tu trabajo?", "Tengo un gato precioso, ya lo conocerás", "¿Has ido a París?", "No, nunca me he enamorado" o "Me gustan las chicas como tú". En fin, ella ya estaba ansiosa, tenía ganas de pegarle una cachetada para poder tener la excusa de disculparse de algo con él.
Él, algo mareado y ofuscado por el humo del quinto cigarrillo de aquella chica tan vulgar, desesperada, triste e increíblemente bonita (No sensual, no guapa, no atractiva, no hermosa, sólo bonita). Se sentaron más cerca para poderse oler y aspirar, se aspiraron como dos perros conociéndose, como esos perros que acercan sus hocicos mientras dejan ir un gruñido sutil. Qué ganas tenía ella de morderlo y arrancarle el labio inferior, ese que tanto quería y deseaba sentir sobre su piel. "Carajo, lo odio."
"Carajo, ya hazme el amor por favor". "POR FAVOR".
Se sirvió un tequila. Prendió otro cigarro, llegaron las náuseas. Era el momento perfecto para revivir de esa muerte emocional a la que había llegado. Él la ignoraba mientras veía las últimas gotas de vodka de su vaso y la ceniza que ella dejaba caer al sillón.
Se subió a él. Empezó a treparlo como un animal desesperado huyendo de su depredador, le encajó las uñas plasticosas, le comenzó a olerlo con la naríz pegada a su cuello, empezó a verlo de cerca, a lamerle las manos, los brazos, la camisa, los botones, arrancó uno y lo escupió en su cara, lo atrapaba con sus pies, con los dedos, con los anillos, con los collares, se fueron enredando y él veía el cuadro que estaba detrás suyo, podía ver trazos de pintura a través del cabello de ese animal.La tocaba y la besaba cuando se podía, se quejaba cuando lo mordía pero no reclamaba nada, sólo estaba ahí sentado sufriendo y gozando. LLorando y gimiendo. Segregando y llorando. Viviendo y muriendo.Muriendo y viviendo, como le venga mejor.
La ropa volaba en el aire y se mantenía flotando por todo el cuarto. Pantalones, calzones, un brasier negro, unos boxers viejos, unos calzones blancos, una camisa rayada, unos cinturones, calcetines, almas, botas, desamores, botones, tristezas.
Se besaban, se mordían, jugaban a amarse, jugaban a quererse, jugaban al dulce juego de la consumación. Cómeme, escúpeme, lámeme, muérdeme, mátame, ámame, hazme algo carajo, hazme algo.Cuéntame de tu gato, cuéntame de París, cuéntame de mi, platícame de mi, ¿me amas? ¿Cómo se llama tu gato? ¿En Paris me amaste?
Estaban desnudos y más vulnerables que nunca. Qué bonita se veía, qué animal se veía, que desnuda estaba, fue la mujer más desnuda jamás vista. Más desnuda que los bocetos de Rodin, más desnuda que la piel, más desnuda que un parto.
Ella saltaba, se movía, gemía, gritaba palabras inentendibles, lloraba, reía, se levantaba, tomaba vino y volvía a conectarse a él. Él, él, él.
Ella y él.
Lo besaba y luego le escupía en la cara, se empezó a comer su cabello, a morderle las uñas, a besar sus lágrimas, a jalarle los vellos de las piernas y el pecho.
Se detuvó y lo volteó a ver, él ya no estaba, se había ido, quedaba un cuerpo frío, rígido, contento que la veía fríamente, la tomo del cabello, la acarició y pronunció
"Ya no te amo, mi amor".
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