lunes, 31 de mayo de 2010

El matemático

Todas las mañanas mientras yo me encuentro completamente adormilada, él está allí, siempre parado en la misma esquina, con esa hojita blanca en la mano, jamás he comprendido que tiene escrito en ella. Siempre bien vestido por lo general trae unos jeans puestos, una sudadera blanca cuando está fresco o una playera negra cuando hace más calor, unos tenis siempre bien limpiecitos y una gorra blanca, esa nunca falla.

Es un chico muy sociable, cuando es muy temprano se encuentra acompañado únicamente de su cuadernillo y su pluma pero conforme va pasando el día le llegan los amigos de uno a uno, por allí de las 5 ó 6 de la tarde está rodeado de muchachos de su edad o quizás más jóvenes. Yo le calculo a él unos 24 ó 26 años, aunque en realidad no estoy muy segura, podría ser más grande.

Se ve tan activo que pareciera que nunca se cansa. A las 7 A.m. empiezan sus gritos “¡llevas una y faltan siete para la octava!”, no tengo la menor idea que quiere decir pero al parecer es una buena noticia, el destinatario siempre se muestra entusiasta a esta ecuación, le sonríe y le da unas cuantas monedas. Escribe en su cuadernillo.

Mientras descansa su garganta para los siguientes gritos le da un sorbo a su agua de limón y la deja junto a sus pertenencias allí junto al árbol que está en la sombra. Esperamos juntos el camión, yo desesperada por que ya es tarde, pero él con una calma que me angustia aún más. Ve al camión venir desde la esquina y se prepara para escribir en su cuadernillo de nuevo, yo preparo mi cambio.

Antes de poderme subir, él siempre se adelanta y vuelve a gritar “¡Llevas dos, allí viene “el tuercas”, así que apúrale!”, y vaya que le hacen caso, el camión se acelera bajo los comandos de este ser que al parecer tiene el control absoluto de los chóferes de la colonia. En realidad me sorprende bastante, no sólo sabe más matemáticas que yo sino que se acuerda de las rutas de cada camión y de cuantas vueltas a dado cada uno. En fin, me subo al pesero y lo veo desvanecerse en la lejanía, pasando la esquina sólo alcanzo a ver como se quita la gorra para limpiarse el sudor de la frente.

2:25 P.m., llego a la esquina de regreso a casa y allí está él. Se ve distinto, algo ido y con la mirada pérdida, su tez morena deja asomar un poco de rubor por el calor (puedo suponer que por el calor), su cabello negro brilla por debajo de la gorra y platica con sus amigos, ya no le pone tanta atención a los camiones. Sus gritos ahora son más distanciados “¡Tepe, llevas seis, te faltan dos!”, ya ni siquiera se acerca a recibir sus monedas.

Probablemente viva cerca de su “paradero” siempre está allí, es sorprendente, llega por allí de las 6:00 de la mañana y se retira cuando pasa el último camión. ¿Se irá el también en uno? ¿Se subirá a decirle cuántas vueltas hizo en el día, cuánto ganó y quién llegó antes a la base?, no lo sé.

Llega a su casa y le dice a su madre “Mamá, llevas una y te faltan dos quesadillas para mi”. Cena, y se acuesta, como tiene dificultades para dormir cuenta camioncitos.


En uno de esos encuentros matutinos donde ambos esperamos a nuestro camión, no aguante más la intriga y decidí acercarme más a él para poder ver lo que escribía en su cuaderno. Lo primero que percibí fueron un montón de numeritos, todos amontonados y tachados con pluma negra. Me cachó que estaba espiando y se alejó de mi, quizás no quiere que vea sus planes para conquistar al mundo del transporte público.

Siempre que lo veo tiene un vaso de agua de limón en la mano que deja ocasionalmente a la hora de gritar para poder escribir y revisar la hora en su reloj. A veces, ya en la tarde, mientras platica con sus amigos trae una bolsita de papas fritas en la mano, su madre no le prepara el “lunch” y come lo que se pueda comprar con las pocas monedas que gana. En ocasiones le dan 5$ ó 10$ si el chofer ha tenido buena racha, a veces no le toca nada, vive al día, pero parece no importarle, siempre carga una gran sonrisa en su rostro y es amable con los pasajeros.

Es un chico alto, fuerte por naturaleza ya que no le da tiempo de ir al gimnasio, sano y con unos pulmones bastante potentes, no creo que fume, no podría gritar de tal manera. Lo que si es que de vez en cuando se echa su “gallito” con los cuates en la tarde. Es válido ya que lleva todo el día parado en el sol organizando la agenda de los chóferes asoleados y perdidos, aparte es el único que trabaja de todos ellos, sus amigos sólo cumplen la función de hacerle compañía, sostenerle el agua y avisarle cuando viene un camión cuando se le va “la onda”.

Él ya me conoce mejor de lo que yo lo conozco a él. Sabe a que hora salgo rumbo a la escuela y a que hora regreso, ya me sonríe en las mañanas. Quizás este contemplando la idea de dejarme ver lo que escribe en su cuaderno, espero que si.

No sólo sabe matemáticas, también es muy bueno en poesía. De eso me percate uno de esos días mientras esperábamos al camión. Todo estaba muy silencioso y se escuchó el rugido de un camión aproximándose, él corrió hacía donde estaban los próximos pasajeros y gritó “¡Miguel Hidalgo Carretera, su lugar la espera, su lugar lo espera!”. Me sorprendió de nuevo, cada día renueva su campo de trabajo, antes sólo eran ecuaciones que sólo él y el chofer podían resolver, ahora son poemas que persuaden al pasajero a tomar una ruta, aunque no los lleve a su destino final.

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