Hay palabras que sé que saldrán en algún momento, pero como todos, deseo aplazarlas. Las otras ventanas abiertas dicen todo el tiempo que eso no sirve de nada, que el aplazamiento prolonga y empeora la cosas, yo no lo creo.
Creo que más bien, aplazas un poco de tiempo de tranquilidad y de negación y en la línea de nuestro relato es lo que hace falta para hacer las cosas màs emocionantes... estar a la espera de lo que sabes que ocurrirá.
Son las palabras silenciosas las que hacen la diferencia, se convierten en actos ruidosos, escandalosos, ensordecedores, intolerables.
Y el día que escuché las palabras, no pude contenerlo. El acto escandaloso se había negado con las palabras y la densidad del momento me dejo paralizada, fue allí cuando tuve completa conciencia de las costuras blancas de mi pantalón. No podía moverme y no podía dejar de verlas, de ver su camino desde el muslo hasta el tobillo, muchas, miles de rayitas blancas que alguien cosió para que yo después, comprara este pantalón. Esa persona jamás se hubiera imaginado que les pondría tanta atención en este estado tan pinche denso, tan insportablemente pesado.
Y cada minuto que aplazé, se convirtió en una hora. El tiempo me jaló y me arrastró a las unidades más pequeñas de mi pantalón.
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