miércoles, 27 de marzo de 2013
I’ve got a good mind to give up living
Me desperté en la mañana un poco de malas, no dormí bien; tenía muchas cosas en mente, cosas sin importancia. Cuando al fin logré conciliar el sueño, soñé con una ciudad carente de sonidos, todo parecía estar en silencio. No, ni siquiera era silencioso, más bien parecía haber un zumbido molesto, como esos que se escuchan después de un concierto de rock pesado. Terrible.
Me metí a bañar y el sonido del agua cayendo sobre el bote vació de champú me empezó a alterar, no sabía con certeza qué era al principio, después lo localicé y pateé el bote de lugar.
Salí de la regadera y encendí la radio, estaba hablando un locutor que me cae muy mal, le cambié de estación y estaba una canción que me fascina, estaba justo antes de la parte que más me gusta. Subí el volumen y me puse de buen humor, escogí colores brillantes y una falda rosa que rara vez me pongo, los aretes que uso en ocasiones especial y me pinté los labios de rojo.
Tomé mi I-pod y arreglé mis cosas. Salí de mi casa y vi que el suéter no era necesario, hacía mucho calor. Administré mi cambio para el autobús y me enchufé. Caminé escuchando una canción de Carlos Santana que me recordó a mi padre, sin pensarlo mucho le cambié. Siguió una tonadita muy “old school” que era como estar en la playa, quedaba perfecto. Le sonreí al vigilante de la entrada de mi condominio y me devolvió un “Buenos días señorita, que tenga buen día”.
Me subí al autobús y la cumbia que el chofer estaba escuchando no me dejaba escuchar mi tonadita tranquila, le subí al volumen y como no había asientos disponibles para sentarme, me quedé parada cerca de la puerta donde el viento me quitaba un poco el calor. Había mucho tráfico, al principio estaba tranquila, mi reloj marcaba las 7:20, entraba a clases a las 8:00.
Bajamos hasta Insurgentes y ahí me percaté que el tráfico era aún mayor, mi tonadita tranquila me empezó a aburrir, cambié de canción y empezó un ska de un grupo que ni sabía que tenía, me enojé y le cambié rapidísimo, cosa que me dio risa porque noté cómo mis niveles de estrés eran fácilmente manejables. Le cambié de canción hasta encontrar una más tranquila, era una canción de Simon and Garfunkel, “Celia”. Sonreí imaginando que me la cantaban a mí.
7:45, no habíamos avanzado mucho y el autobús se llenaba cada vez más de personas estresadas que tenían que dejar a sus tres hijos a la primaria, algunos dormitaban parados y otros lloraban porque no querían ir a la escuela. No sé por qué pero me cayeron mal, pensé “¿Por qué no educan a sus hijos?, les tienen que enseñar que existe el respeto, incluso en el transporte público”; me reí, no sé por qué me empezaba a enojar tanto y de repente Simon and Garfunkel me cayeron muy mal, ¿por qué eran tan optimistas?
Un señor tomó su maletín y lo tomé como indicio de que se iba a parar, me acerqué a él para poderme sentar, la verdad ya estaba cansada. En cuanto el señor se levantó me escabullí como lombriz y me senté. Hasta estar acomodada me percaté que ni siquiera le había puesto atención a la música que estaba escuchando, creo que era Lenny Kravitz, definitivamente no tenía humor y como ya estaba sentada, saqué el I-pod de mi bolsa y busqué algo que escuchar que me regresara a mi tranquilidad y felicidad de la mañana; no encontraba nada y como la cumbia me ganaba en volumen, me quité los audífonos e intenté escuchar la letra de la canción del autobús.
“Carmen, se me perdió la cadenita
Con el Jesús de Nazareno,
Que tú me regalaste, Carmen,
Que tú me reglaste”
Me gustó. Era una letra sencilla, real, humana, no sé. Quizás me estaba yendo muy lejos pero me parecía que la música debería ser así. Sencilla. Limpia. Digerible.
Me concentré tanto en la música que se me pasó la parada en la cual debía bajarme, cuando me percaté de ello me aceleré y se me cayeron las cosas de la bolsa, las plumas, mi cuaderno, mi agenda, un espejo, un brillo labial, etc. Terminé de meter las cosas en mi bolsa y decidí que no importaba que me hubiera pasado, que me quería quedar en el autobús para escuchar el resto de la canción.
“Carmen, y el lindo pañuelito blanco
Que tú me regalaste, Carmen
Que tú me reglaste”
De ahí en adelante, el transcurso de mi día cambió. Llegué hasta la base del autobús y caminé por la ciudad. Estaba en República del Salvador, en el Centro Histórico, en realidad no conocía la zona, al principio me dio un poco de miedo. Había mucho movimiento, tráfico, vendedores ambulantes, prostitutas, vagabundos con piernas y otros sin piernas, locales misteriosos que jamás logré descifrar qué vendían. En ese momento ya no me sentí tan aventurera, me hubiera gustado irme directo a la escuela.
Me di cuenta que esa parte de mi ciudad estaba hecha un caos, me provocó nostalgia, no sé. Me senté en una banca a observar lo que pasaba, me sentía triste, decepcionada, confundida, ¿era así de caótico todo y yo no me había dado cuenta?
Saqué mi I-pod y me puse los audífonos de nuevo. Busqué sabiendo qué iba a encontrar a propósito, ya sabía qué buscaba. Empezó una guitarra gritona, estridente que me enchinó los vellitos del brazo y me hizo tomar un respiro largo y fuerte. La guitarra empezó a cansarse hasta volverse una melodía cansada pero resistente a la fortaleza con la que empezó, ahogada.
Lloré, me emocioné. Me dejé llevar por lo que veía y no por lo que sentía, las notas de la guitarra ahogada me invitaban a ver el ritmo de la ciudad, al orden perfecto con el que funcionaba todo. Las prostitutas seductoramente paradas en la esquina eran las cuerdas de la guitarra, los vendedores ambulantes eran los coros, los cláxones de los carros; las percusiones, todo encajaba, era hermoso.
Ahí fue cuando entendí que posiblemente cuando B.B King escribió esta canción no estaba pensando en el centro de la ciudad de México, estaba pensando en el caos interior que debe salir, en el orden de la música y que en realidad no somos muy distintos el uno el del otro si tan sólo aprendemos a escuchar. La música es un lenguaje universal y por lo tanto todo embonaba .Embona.
La canción terminaba, me dio miedo pero la dejé concluir para ver qué sucedería después. Terminó la canción y nada sucedió, todo seguía su orden natural, las prostitutas no eran seductoras peor estaban y formaban parte de los gritos de los vendedores y de los motores de los carros atrapados en el tráfico.
La ciudad de México es como un blues, uno que guarda emociones en las calles y en las personas, que aunque no sepas, se están ahogando en recuerdos y ritmos.
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